Durante mucho tiempo se ha considerado que vivir en un pueblo era sinónimo de falta de población, de recursos, de oportunidades… valorándolo como algo peyorativo. Este ha sido el relato dominante.
Los territorios de montaña no son lugares atrasados ni una carga que soportar. Son ricos y llenos de posibilidades. Allí es dónde se conservan los paisajes, las lenguas, las tradiciones y las maneras de vivir, que es lo que hace un país verdadero.
Sus habitantes, aunque sean pocos, mantienen vivo un patrimonio cultural, natural y social de un valor incalculable.
Aun así, resulta evidente que las consecuencias de la despoblación y del desequilibrio territorial se hacen notar, y provocan ya un problema estructural que requiere decisiones y políticas que den oportunidades reales a su gente y a la que puede vivir vivir en ellos.
El ejemplo más reciente de este abandono estructural del territorio han sido los grandes incendios forestales de este verano. Millares de hectáreas quemadas, recursos naturales de valor incalculable perdidos, personas que lo han perdido todo, también la vida, y millones de euros invertidos en su extinción. Este ha sido el resultado de la falta de inversión y políticas que piensan en los territorios y del abandono progresivo de las actividades tradicionales causado por la falta de relieves generacionales por un lado y, por otro, de la despoblación.
Aun así, también nacen proyectos innovadores que intentan revertir esta situación. En Arán, los gobiernos de UA en Vilamòs y en el Conselh Generau d’Aran, ha impulsado acciones como Ovihuec, donde se ha creado un sistema de gestión ganadera municipal que ya ha limpiado 50ha de los entornos del pueblo a través de una prueba piloto que ayudará también a cerrar el círculo con la puesta en valor del producto agroalimentario. O Bòscaran, que además de recuperar la gestión forestal que tiene que permitir diversificar la economía, retener talento e impulsar la transición energética es la manera de abordar el cambio climático y los incendios de sexta generación. Políticas adaptadas a las necesidades presentes y futuras de los pueblos, que generen soluciones innovadoras que respondan a múltiples retos a la vez: la sostenibilidad, la dinamización económica y la cohesión social.
No obstante, ni ningún plan ni ninguna estrategia tendrían sentido sin la implicación de aquellos quienes viven en estos pueblos. Son todos aquellos que apuestan por desarrollar su proyecto de vida en el territorio, los que garantizaran la conservación de los paisajes y la transmisión de la cultura.
Aran es un ejemplo claro de todo esto. El reto de los próximos años consiste, por lo tanto, en continuar impulsando un modelo que combine innovación y tradición, sostenibilidad y desarrollo económico, cuidado del entorno y bienestar social. En todo eso es en lo que trabajamos desde Unitat d’Aran.